Tango Auténtico
Es el que esta absolutamente fuera del circuito turístico, es adonde se van mis padres a ver pequeñas orquestas de grandes virtuosos, en cafés dispersos por los barrios, no necesariamente en los barrios supuestamente tangueros, todo Buenos Aires es tanguero.
Es el Tango verdadero, vivo, el de la gente de acá, en un café que está abierto todo el día, a la mañana sirven café con leche y tres medialunas a un precio menos que infimo, al mediodía milanesas con puré, vacío al horno con papas, y/o tal vez puchero, a un precio esta vez sí, infimo. A la tarde un café, con el televisor prendido y también la radio, mirando por la ventana y con suerte el Clarín, ya bastante ajado, para enterarse de las noticias de ayer que imprimieron esta madrugada. No importa, es el Clarín.
Y a la noche Tango, con cantores y músicos asombrosamente jóvenes, dejando el alma y la vida en cada Tango, haciendo chistes, hablando con el público que los conoce, canta con ellos y los sigue por los bares. Algunos, ganan su dinero cantando en los Shows de Tango, otros, son empleados, taxistas, o simplemente músicos, quizás del Colón o de la Orquesta Típica de Tango de Buenos Aires, y los tenés ahí, a medio metro. Esto es lo que se llama Tango auténtico y es lo que por el amor de Dios, no podés dejar de ver, sino, te equivocaste de ciudad, habrás estado en Kuala Lumpur o Uruguayana.
Hay una inmensa variedad de espectáculos de Tango auténtico esperándote, te invito a que descubramos juntos este verdadero tesoro que sin lugar a dudas te va a conmover.
El Faro alumbra con la luz de una pelada
Era 1931, aquí nunca hubo hambre. Como decía mi abuelo, “con un peso, ¡Un peso! (y mostraba el índice de una enorme y curtida mano de albañil) con un peso te hacías un puchero”. Hambre, no, pero trabajo, abundancia, tampoco. Una ciudad despertaba a un nuevo proyecto, el de delimitarse a sí misma con una avenida de circunvalación, que ya tenía ruidosos colectivos, transeúntes sólo con traje y sombrero, y un proyecto tan extraño como el nombre, construir un obelisco.
En ese año, en una esquina más de Villa Urquiza, nacía El Faro, tal vez por una reminiscencia portuaria del inmigrante que cuando llegaba a la ciudad lo primero que veía eran “las luces malas del centro” (Tango dixit), tal vez porque era un faro de esperanza en aquellos tiempos arduos. Ahí está, firme, calladito, casi en su estado original, desde 1931, dando el consabido menú de todo el día, el Clarín y unos shows de Tango auténtico, que literalmente están haciendo historia por lo que significan para la Ciudad y el barrio, por el movimiento de seguidores que lo atestan todas las funciones, anunciadas en pizarra, dos o tres veces por mes.
Como tantos otros bares, El Faro es la ilusión de sus nuevos dueños, iluminados por el alma mater de los shows, el pelado “Cucuza” Castielo.
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